מִרְיָם, Noli me tangere (Mè mou haptou)


«Se trata de Maria, Myriam, Mériam, MRAM, el tetragrama femenino que flota sobre las aguas perfumadas. » dice Jean-Luc Nancy en su libro «Noli me tangere: Ensayo sobre el levantamiento del cuerpo«. Todo lo que sigue está sacado de esta joya y de este blog: http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=2145

No te atrevas a tocarme. A quien tiene se le dará. Pero a quien no tiene, aún lo que no tiene se le quitará: la parábola habla a quien ya ha comprendido, a quien ha visto ya antes de que la imagen apareciese. Icono, antes que ídolo. No comprendeis porque vuestro corazón es oscuro. Oir la escucha, ¿creencia o fe?

Noli me tangere, título para una obra de teatro de José Rizal, libro de relatos de abusos sexuales, película de Jacques Rivette, coreografía o poema de Wyatt para Ana Bolena, nombre de gato de raza, divisa de escudos de armas, planta de la familia de las impatiens o nombre de tumor que, si no cabe ablación total, más vale no tocar para no estimularlo.

Cristianismo como la religión del tacto, el cuerpo de Dios se da a comer y beber. No tocando ese cuerpo resucitado se toca su eternidad. No accediendo a la presencia manifiesta se accede a la real, que consiste en su partida. El tocar es retener, adherirse a lo inmediato.

Resurrección como surrección, surgimiento de lo indisponible, de lo otro y del acto de desaparecer en el cuerpo mismo y como el cuerpo.

Noli me tangere, tiene una doble significación en el original griego: no me toques y no me retengas, de la que la frase latina transmite sólo el primer sentido. Las múltiples representaciones pictóricas de la escena, como analiza Nancy, exploran la relación entre la vista, el tacto y el reconocimiento, pero tienen en común una especie de interés por matizar la diferencia entre los cuerpos representados uno mortal y uno inmortal, separados-unidos por la intención en el acto de tocar.

Pero, sobre todo, los cuadros intentan resolver un problema: representar a alguien que está muerto y sigue vivo, algo cambia en ese cuerpo, a tal punto que Magdalena no le reconoce hasta que Jesús la llama por su nombre. Según Nancy:

“Por una parte, todo sucede como si su semejanza consigo mismo estuviera por un momento suspendida y flotante. Es el mismo ser sin ser el mismo, está alterado en sí mismo: ¿no es así como se aparece un muerto?¿No es esta alteración a la vez insensible y sorprendente – el aparecer de lo que (del que) propiamente no aparece ya, el aparecer de un aparecido y desaparecido- lo que lleva más propia y violentamente la huella de la muerte? El mismo que no es ya el mismo, la disociación del aspecto y la apariencia, la ausencia del rostro en la misma cara, el cuerpo hundiéndose en el cuerpo, deslizándose bajo él. La partida inscrita en la presencia, la presencia presentando su despedida”.

Dicho de otro modo, lo que la resurrección trae al cuerpo es una especie de distancia consigo mismo, que viene de la inscripción de la partida, del hecho de la muerte, de ser ya parte del pasado.

Parece que lo único que le queda a la Magdalena es contar lo que ha visto, mantener el reconocimiento vivo de lo muerto, difundir, extender. Sin embargo, como analiza magistralmente Nancy, en el intento de tocar aquello que está y no está aquí, aprendemos a tocar de manera diferente, en el esfuerzo por reconocer lo que se desdibuja ante nuestros ojos, aprendemos a ver más allá de la apariencia, del tiempo, de la materia, nos hacemos capaces de ver, oír, entender, aquello que está ahí, pero sólo es realmente visible para aquellos que son capaces de comprenderlo, por eso, y pese a la imposibilidad de retener el pasado con nosotros, tampoco podemos renunciar a intentarlo, porque en ello nos jugamos nuestra propia identidad que debe conscientemente estar plena de ajenidades e intrusiones cotidianas.

Nada está disponible aquí, no trates de apoderarte de un sentido de esta vida finita, no retengas lo que se aleja y, haciéndolo, te toca por su misma distancia: te toca desde y con su distancia: hace surgir lo que no surge, aquello de lo que la surrección es una gloria que no responde a tu mano tendida y la aparta.

Muerte desmesuradamente extendida que se sustrae a la limitación del sólo fallecimiento.

Parte absolutamente hacia el Padre, hacia lo opuesto a los presentes. Creer en Él, estar en la fe, no es esperar la regeneración de un cadáver sino mantenerse con firmeza en la seguridad de una forma de estar ante la muerte. Levantamiento perpendicular a la horizontalidad del sepulcro. No dialéctica de la muerte sino elevación sobre ella de la verdad de toda vida en tanto que mortal.

No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos… «Tú ves, pero esta vista no es, no puede ser un tocar, si el tocar mismo debiera figurar la inmediatez de una presencia; tú vez lo que no está presente, tocas lo intocable que se mantiene fuera del alcance de tus manos, igual que aquel que ves delante de ti deja ya este lugar de encuentro.»

Visión indecisa primero, suplida luego por la palabra y mantenida por último a distancia, no pudiendo ver más que el tiempo de saber que hay que dejar partir esa visión. Al horizonte de la vida finita se superpone un infinito levantamiento.

Frente a la creencia que espera lo espectacular -en el relámpado, en el huracán-, la fe que ve y oye donde no hay nada excepcional. Sabe ver y oir sin tocar, en el Silencio, en la brisa acariciadora.

En ella, reconocimiento difícil del resucitado, luz que no colma el vacío sino que lo ahueca aún más. Apuesta de la fe que se confía a lo desconocido, no reconoce lo conocido. Bienaventurados los que creen sin ver…

Miriam cree porque oye, oye la voz que la nombra: «María» y responde, «Rabbuní«. Ni en la fe ante el vacío ni en la adhesión generada por la constatación. Cree porque oye. Y la llaman sólo a ella. «Quien tenga oídos» oye que eso se dirige a él. Oye que te llamo, y lo hago para que vayas a decir a los otros que me marcho. Siempre, hasta el último momento, los hermanos. «¿Dónde está tu hermano?«, «ve a decirle a tus hermanos«. Tú y mi partida.

Y la respuesta de Miriam a la verdad a punto de partir es partir con ella. Ella se va.

La mano de Jesús bendice y distancia a la mujer -«debo estar en las cosas de mi Padre«. Jesús aparece no para abrazar, no para conservar sino para enviar. Ella debe partir así como Él parte. La primera mensajera. Probablemente la toca para rechazarla.

«No me toques, pues soy yo quien te toca y tocándote te alejo«. ¿Cabe más fineza, cabe más amor que este? El amor y la verdad tocan rechazando, hacen retroceder a quien alcanzan pues su alcanzar es manifestar que están fuera del alcance. «No quieras tocarme«, no lo quieras, no pienses en ello. No solamente no lo hagas sino que, si ya lo has hecho, olvídalo de inmediato.

No tienes nada, no puedes tener ni retener nada y he aqui lo que necesitas amar y saber. He aquí lo que corresponde a un saber de amor. Ama lo que se te escapa, ama a aquel que se va. Ama que se vaya.

María de Magdala siempre en la proximidad de la muerte. Elige la parte buena sentada cerca del Maestro, elige la parte que no es de este mundo. El fuera del mundo que es vacío de la tumba y vacío abierto en Dios; abajamiento infinito. La que ostensiblemente lo tocó perfumándolo, ungiéndolo, iconoclasta, no con perfume santo sino sensual, no en la cabeza sino en los pies… Rabian los legales. Ser-en-este-mundo-fuera-del-mundo de prostitutas y pobres, «los del Reino«, venciendo el mundo, no siendo vencidos por Él, como quieren los marxistas-liberacionistas.

María la del perfume, Miriam. «No me toques, pues conservo sobre mi tu perfume, déjame partir y ve a anunciar que marcho«. Miriam ve en el sepulcro la vida en la muerte porque vio la muerte en la vida, en los pies del Señor. La verdad no se rinde ni a la una ni a la otra. No se deja tocar ni retener. No es ver en la tiniebla, sino abrir los ojos y que la tiniebla los llene.

Miriam que conjuga caricia y homenaje, ligereza y gravedad, aquí y allá. Sin tránsito, porque ella se queda. Compartiendo sin mezclar, uno contra el otro. Un tocar que se aparta e impide a sí mismo. Santa excelsa que se mantiene en el punto en que el tocar del sentido es idéntico a su retirada.

El punto del abandono: ella se abandona a una presencia que no es más que el acto de partir, gloria que es tiniebla. Abandono que procede del amor y del abatimiento, levantamiento que desaparece levantándose. «Permanece fiel a mi partida, fiel a lo único que queda en mi partida: tu nombre que yo pronuncio. En tu nombre no hay nada que coger ni apropiarte, pero hay esto: que te es dirigido desde lo inmemorial y hasta lo inacabable, desde el fondo sin fondo siempre partiendo«. Constitución de la carne en divinidad hace posible el nacimiento de la moral.

Noli me tangere constituye la palabra y el instante de la relación y la revelación entre los dos cuerpos, es decir, de un solo cuerpo infinitamente alterado y expuesto en su tumba como en su levantamiento. Miriam de Magdala deviene el cuerpo verdadero del desaparecido.

No me retengas es tócame sin apropiarte de mi. Acaríciame, no me toques. El verdadero darse es permitir el toque de una presencia y la ausencia consecuente, la partida. Si me doy como una cosa apropiable permanezco yo en la cosa. Si me doy apartando el toque, como el hueco del mismo toque, no domino ese darme: pulsación del beso que al besar se retira. Arte que re-presenta la partida: que hace intensa la presencia de una ausencia en tanto que ausencia.

Juan y Magdalena, recostados en el Maestro. El escándalo del amor cristiano, mantenerse en el lugar de lo imposible, de la violencia y la muerte. Lugar de vértigo o escándalo, lugar de una separación tan íntima como irreductible. No me toques. No lo puedo sufrir o gozar más, lógica del exceso. No intentes ese punto de ruptura pues yo quedaría, en efecto, roto.

Un cuerpo glorificado se presenta y se rehúsa a un cuerpo sensible, exponiendo cada uno de ellos la verdad del otro, rozándose un sentido con el otro pero permaneciendo las dos verdades inconciliables y rechazándose una a otra.

Desacuerdo en el lugar mismo del abrazo, abismo sin fin de la verdad misma, sufrimiento y gozo, levantamiento del cuerpo.

Miriam de Magdala, no es pecadora porque se prostituya, se prostituye porque es pecadora. Pecadora porque está privada de amor, privada de amor porque está abandonada. Abandonada porque está lejos de Dios. Está lejos de Dios porque es criatura.

Dios deja a la criatura a su abandono de criatura y Miriam es aquella que sabe hasta qué punto está desamparada. Sabe que no debe esperar nada de los hombres y cuando ve a uno, tan abandonado como ella, uno que no la compra sino que la mira con dulzura, va a buscar su mejor perfume y le lava con él los pies. Purifica sus pies con el instrumento del pecado. Nos hiciste para ti, Señor.

Amándolo deja de estar en pecado. Y lo ha amado porque sabía que Él la amaba. El amor que la abandonó la alcanza en su abandono. Porque el amor sólo ama cuando está todo perdido, cuando nada se puede esperar, allí donde se perdió.

María la pecadora no fue perdonada ni redimida ni regenerada. Fue tocada en el alma, en el centro de su abandono. Fue hecha pura merced a ese toque. Pura en su cabellera impura, santa en su pecado. Exposición del pecado a la gracia.

El Hijo del Hombre se retira y le prohíbe que lo toque porque no ofrece nada que pueda tocarse. Se van ambos, liberados en vida de querer ser ellos mismos, de persisitir en su ser.

Miriam a contra-tiempo y a contra-empleo. Templo y arca, arpa y ceremonia, despliega sus cabellos a la manera de un velo y los rollos de la ley se confunden con sus caderas. Sabiduría para los hijos de los hombres. Torah a recitar.

Miriam la Madelon, la Madelomphe, la Madeloche. No sustituye a todo sino que se deshace de todo. Está por completo en otro sitio. No va de misión, pasa por ahí. Pasa por donde a veces pasan los hombres y por donde a veces no pasan más que las serpientes.

Magdalena se sostiene al borde de lo humano, en la frontera. Un instante de insolencia, de gracia, de lágrimas, de abandono. Sostiene juntos en ese instante -las manos sobre los pies que limpia- el mundo y lo de fuera del mundo, la presencia y la ausencia.

De todos los personajes de la pintura, ella aparece por ella misma, absolutamente. No por hijo, no por padre, no por amante. Por ella o por su señor familiar -Rabbuní- por el amor y por el amor del amor. Por la relación absoluta del amor consigo mismo, absoluto que es su trastorno. Que la revuelve y prosterna a los pies del Hijo del Hombre, a los pies de la Cruz, a los pies del sepulcro vacío. Humilde sin estar humillada. Criatura que se sabe creada, arrojada en tierra y para nada más que la misma tierra, para su belleza y aridez, para su placer y su pena.

Miriam de Magdala toda en su trazo de unión (gracia y pecado, goce y penitencia, santidad y vicio, trenzas y cabellera, lo intacto y el tocar…). Trazo de unión permanece trazo de separación, María de Magdalena y Magdalena de María, cada una en su lado.

La Magdalena hace flotar a la mujer entre gracia y pecado, entre creador y criatura, haciendo flotar su trazo de unión y de desunión. Pasarela inestable entre el algo y la nada, la existencia y el abismo. Una mujer, la mujer. Trazo que traza algo en nada y nada en algo. Tracción de María por Magdalena y de Magdalena por María en un umbral jamás verdaderamente abolido.

María-Magdalena

Ve al Paraíso

Su puerta está abierta

Desde ayer a mediodía.

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2 respuestas a מִרְיָם, Noli me tangere (Mè mou haptou)

  1. Pingback: Vertical y Horizontal: arquitectura del pensamiento | Noeseso

  2. Noli me tangere también es el título de una novela del escritor y héroe filipino José Rizal. Todavía estoy pensando en que punto el título y lo que pasa en la historia tiene que ver con este pasaje de la biblia. Muy lindo blog, saludos.

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